domingo, 27 de marzo de 2011

Fue emocionante sentir el aplauso de toda la Plaza de Mayo en el Día de la Memoria

24 de marzo de 2011, Plaza de Mayo. Silvia Irigaray
en segunda fila, debajo del cartel que dice "Memoria
siempre!", que sostiene Betty Ledesma.
Por Silvia Irigaray, mamá de Maxi Tasca*
silvia_irigaray@hotmail.com
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Fue emocionante sentir el aplauso de toda la Plaza de Mayo después de que la locutora dijera: "También queremos saludar a una mamá de los chicos asesinados en Floresta, porque estamos en la misma lucha, pido un aplauso para las Madres del Dolor". Un ratito antes -con mi amiga Betty Ledesma estábamos bien adelante, justo abajo del palco- Estela de Carlotto y Taty Almeida nos habían identificado y saludado. Fue el jueves 24 de marzo, durante el acto del Día de la Memoria, que congregó a miles de personas en ese histórico lugar. El momento más conmovedor fue protagonizado por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que leyeron un documento para condenar el Golpe de Estado ocurrido hace 35 años. En la foto pueden verme debajo del cartel que hice con mis propias manos, que dice "Memoria siempre!", que sostiene Betty. Como complemento, a continuación les presento una cobertura perdiodística que recuerda la historia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
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FUENTE: Elmundo.es
FECHA: 24 de marzo de 2011
AUTORA: Aurora Conde
TÍTULO: El Día de la Memoria
DESARROLLO. Hoy 24 de marzo, se celebra en Argentina, desde hace 9 años, el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, una conmemoración que recuerda a los muertos civiles en los años de la dictadura militar que, también un 24 de marzo, perpetró su golpe de Estado. Los detenidos/desaparecidos entre 1976 y 1983 en Argentina se cifran en unos 30.000.
Una de las grietas por la que empezaron a escaparse las noticias sobre ese horror tan cercano, la abrieron unas mujeres, y casi por casualidad, el día que pidieron ser recibidas por el golpista Videla para preguntarle dónde estaban sus hijos e hijas desaparecidos. Eran 14 mujeres/madres que, a la espera de ser atendidas, se encontraron en la Plaza de Mayo de Buenos Aires.
Muchas otras se sumaron en muy poco tiempo a estas primeras, y fueron y aún son, inmediatamente reconocidas por la tela blanca de los pañales que habían sido de sus hijos, con la que se cubrieron la cabeza. A su voz se unió la de las abuelas, que reclamaban por otros desaparecidos, no menos importantes.
La historia de las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo es impresionante. Los documentos, los libros, las entrevistas que testimonian el camino recorrido por todas ellas, siguen causando un impacto profundo porque nos relatan su descarnada firmeza y la desolación obstinada con la que emprendieron una búsqueda cuyo final conocían desde el principio.
Al mismo tiempo, estas lecturas que detallan una historia tan dura, dejan entrever la originalidad que iba implícita en ese movimiento. Es tan contundente el motivo de sus denuncias, que a veces se pasa por alto que las Madres de la Plaza de Mayo defendieron, también ideológicamente, un voluntario anonimato, por el que sacrificaron toda individualidad y, tal vez, una recompensa personal que no habría logrado la justicia que buscaban.
Su anonimato fue instrumento de su lucha, negó toda heroicidad individual, rechazó un liderazgo claro anteponiendo el fin común que las unía a la emergencia de cualquier singularidad. ¿Cuántos nombres de esas madres se conocen fuera de su estricto círculo? Entre ellas había intelectuales, profesionales, hijas, mujeres y hermanas de escritores, de políticos, pero ningún dato, ningún apellido, ha trascendido por encima de su identificador colectivo, que resume todo el sentido de su lucha.
Amparadas bajo una identidad colectiva y anónima, esas mujeres, además, redefinieron el rol mismo de la maternidad. La desposesión del sentimiento profundamente subjetivo que une la mujer a la maternidad fue su compromiso político más firme, porque dio al dolor inexpresable de esa pérdida un valor universal, relacionado con el sentido de la justicia. Hoy escriben que se sintieron orgullosas de tener tantos hijos aunque al precio de perder a los suyos.
Su lucha ha sido ejemplar en su fondo y en sus formas. Su fondo, como en las antiguas tragedias griegas, plantea el derecho de quienes no participan en la guerra, a exigir justicia y dignidad para las víctimas. Las madres de la Plaza de Mayo no han negado la actividad política de sus hijos, sino exigido saber donde estaban, y que trato habían sufrido. Al desenterrar la verdad, sus formas han demostrado que es posible asumir una conducta racional, guiada por una ética profunda, despojada de todo sentimentalismo, incluso ante hechos irracionales, incluso frente al dolor incontrolable causado por la tortura o el asesinato de los seres más queridos.
Hay que seguir honrando y recordando, no solo cada 24 de marzo, a esas mujeres valientes y silenciosas que nos plantean, aún hoy, cómo se puede dar sentido a la experiencia individual de la historia, frente a su valor social, tantas veces sin sentido.
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*Maxi tenía 25 años cuando fue asesinado por un policía uniformado en el bar de una estación de servicio del barrio porteño de Floresta. Fue el 29 de diciembre de 2001. Las víctimas fatales, tres en total -porque con Maxi estaban sus amigos Cristian Gómez, hijo de Elvira Torres, otra integrante de la Asociación, y Adrián Matassa-, se encontraban sentados mirando las noticias por televisión. Juan De Dios Velaztiqui, autor de la masacre, fue condenado a cadena perpetua.

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