Por Isabel Yaconis, mamá de Lucila*
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A continuación les presento una carta muy especial. La escribió mi querida Ana Casarotti, una uruguaya que actualmente reside en Brasil, pero vivió su experiencia también en Argentina. Pertenece a una congregación de laicas consagradas de la Iglesia Católica que recorre el mundo. Tuve la oportunidad de ver fotos de ella en África, Israel y muchos otros sitios. En abril de 2003, cuando mi hijita fue asesinada, Ana residía a dos cuadras de mi casa. Acá está su testimonio, del que anticipo el siguiente párrafo: "El dolor que las mueve (a las integrantes de la Asociación) no fue vendido al bajo precio de una difusión política, ni como instrumento de marketing. Si bien fue una llaga con el potencial de opacar, atrayendo hacia sí la vida, la alegría, el entusiasmo, no fue así. Ese dolor se convirtió en una semilla de mostaza que como un gran árbol hoy alberga la esperanza de tantas familias que se cobijan a su amparo."
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Por Ana Casarotti
Carta a las Madres del dolor:
Desde hace algunos años soy testigo de la lucha de un grupo de mujeres que buscan justicia e intentan que otras no sufran lo que ellas padecieron. Mujeres sencillas, madres de familia, que la historia y el tiempo convirtieron en Madres del Dolor.
Para mi amiga Isabel:
La noticia se extendió velozmente, el impacto marcó las calles recorridas a diario por transeúntes apurados para descansar en sus hogares. Una chica de 16 años había sido asesinada en las vías del tren a las 19 de un lunes de otoño, en pleno centro de Buenos Aires.
Llamaron a tu puerta llevándote sus pertenencias. Y aquel sí, fue un sí cargado de un dolor incomprensible. Quizás tan inolvidable como doloroso. Eran suyas, de tu hija, de quien hacía sólo pocos minutos te habías separado. La dura verdad estaba allí, el tiempo se detuvo. Tu vida quedó extendida entre el cielo y la tierra. Esos instantes son segundos eternos que el paso del tiempo no olvidará nunca, marcaron un antes y un después.
Vivíamos a pocos metros de distancia, pero no nos conocíamos. Cuando tímidamente me acerqué a tu casa para darte un abrazo fraterno, me recibiste con mucho cariño. Me hablaste de Lucila, me mostraste algunas fotos, me contaste que el día anterior a su muerte ella te invitó a celebrar el domingo de Pascua en la Iglesia que está frente a la casa de tus padres.
Para tí fue muy significativo. Ese día supe que todos los domingos tu familia visitaba a tus padres que vivían muy cerca de tu casa, sobre la calle Cabildo. Allí habías vivido tu infancia, en una casa sencilla, al fondo de una escuela, donde tu padre había trabajado durante años. Me contaste que diariamente, al volver del trabajo, descendías del colectivo para darles un abrazo y dirigirte luego a tu hogar, donde te esperaban tus hijas y tu marido. Lucila quería mucho a su abuela (tu madre), y pasaba parte de su tiempo libre con ella. Cuando ese lunes 21 de abril de 2003 se encontraron las dos en la casa de tus padres, ella quiso quedarse y tú fuiste para tu casa. Y ese día, esa separación tan cotidiana se convirtió en un instante eterno. Y el trayecto que unía ambos hogares dejó de ser una rutina para transformarse en un penoso enigma.
En cuántos momentos tu recuerdo deambuló por esas calles, que de manera tan natural recorrían a diario para verse, encontrarse, compartir la vida. Cuántas veces transitaste ese recorrido en tu imaginación intentando estar junto a Lucila, y desentrañar sus últimos momentos. Querías estar a su lado, escucharla, conocer qué pasó. Posteriormente te aliviaría un poco saber que su muerte fue rápida, por resistirse a ser violada.
En esos primeros meses recibiste el apoyo de otras madres que habían perdido un hijo o hija por la violencia de un secuestro, de un robo, de un accidente de tránsito. No te encerraste en el dolor que, cual llaga viva, ardía en tu interior. Se te abrieron los ojos, tu misma sabías que la vida ya no sería la misma. Veías lo que estaba a tu lado y que poco tiempo antes no reconocías o estaba muy lejano a tu vida. Ahora te sentías íntimamente unida al dolor que subyace en tantas madres que en silencio cargan en sus vidas el peso de la injusticia, la violencia, la soledad ante la muerte violenta de un hijo o de una hija.
Fuiste a su encuentro. Se conocían sin nunca antes haberse visto. No eran necesarias muchas palabras. Tú sabías de qué hablaban. Ellas encontraron en tí fortaleza, comprensión. La sonrisa de Lucila alentó tu amor, que te impulsó a abrir caminos junto con estas madres, sin saber muy bien hacia dónde, buscando justicia, con la esperanza puesta en que otras madres no padezcan el flagelo del que ustedes eran víctimas. Y así crearon un grupo estimulado por la esperanza de justicia.
Una y otra vez te asombrabas del nuevo curso de tu vida a partir de ese 21 de abril. Lucila no estaba a tu lado para darte un abrazo, pero se hizo presente en tu actuar, en tu obrar, en tus decisiones. Y así sucedió con varias madres. Pequeñas manifestaciones, hasta quizás insignificantes a los ojos de una ciudad poblada por más de 9 millones de personas, marchaba semanalmente por la Avenida del Libertador. Era un grito silencioso reflejado en las fotos de los adolescentes y jóvenes que abrían la manifestación y fueron brutalmente asesinados.
El dolor y la tristeza las unía, el consuelo las alentaba, la esperanza firme en la búsqueda de la justicia motivaron la consolidación de esa asociación que sería resguardo y apoyo para tantas mujeres: las Madres del Dolor. Y luego de siete años siguen luchando para no tener que recoger más corazones partidos de madres desconsoladas. Se alegran con pequeños y grandes logros, se hacen presentes en los lugares más distantes y en las situaciones más inexplicables.
El dolor que las mueve no fue vendido al bajo precio de una difusión política, ni como instrumento de marketing. Si bien fue una llaga con el potencial de opacar, atrayendo hacia sí la vida, la alegría, el entusiasmo, no fue así. Ese dolor se convirtió en una semilla de mostaza que como un gran árbol hoy alberga la esperanza de tantas familias que se cobijan a su amparo.
No fue necesaria una carrera universitaria, ni conocer por los libros el mundo de los derechos jurídicos y sociales, ni tener contactos en los ámbitos políticos. Pisaban terreno desconocido pero seguro para quien busca la verdad y la justicia. El dolor que había abierto este sendero se transformó en acción que se extiende día a día. La honradez y la franqueza son un claro referencial para no dejar que otros intereses jugaran con los de ustedes.
Por un lado, viven en una ciudad poblada de slogans que alimentan una vida inexistente, generada por las últimas tecnologías. Pero el sufrimiento existe y para no relacionarse con él se lo disfraza con ropajes variados. El futuro médico aprende a distanciarse del dolor ajeno, a no dejarse sensibilizar con él. Creerá que solo de esta manera podrá para ejercer con calidad profesional su tarea. El economista analiza datos y sabe que no puede dejarse llevar por el sentir ante millones de personas sin trabajo o en situaciones de injusticia laboral debido a empresas que manejan la economía buscando su propio bienestar. Para ejercer adecuadamente su profesión debe tomar una 'prudente distancia' de estas inmediateces que lo invaden cotidianamente, y 'entender' que esas realidades son un pálido reflejo de las grandes crisis que afectan el planeta entero. El asistente social entenderá que no puede vivir movido por la sensibilidad de una humanidad que muere de hambre, por las injusticias sociales, por niños violentados. Aprenderá que los 'verdaderos' problemas no son esos que aparecen visiblemente sino que son otros que lo llevarán de congreso en congreso, intercambiando experiencias, cuando quizás nunca tuvo la oportunidad de palpar el dolor de un niño abandonado, o de una madre violentada.
Pero viven también en una ciudad y en un mundo donde existen quienes se arriesgan a ver, a mirar, a caminar hacia algo nuevo. Aquellos/as que afectados por el dolor se animan a quitarse la máscara que intenta desviar la mirada de quien lo padece y, como ustedes, miran a los ojos. Y en esa mirada intercambian dolores, se dejan impactar una y mil veces por el dolor de esas personas que hace resurgir la propia historia personal. Y esa empatía se transforma en apoyo, en confianza, en seguridad, más allá de las conquistas judiciales y sociales que sin duda han logrado.
Gracias Isabel porque el dolor fue transformado en esperanza desde la sencillez y la perseverancia de tu amor que no baja los brazos. Gracias porque el duro cronos que ustedes padecen se transforma en un kairós de esperanza para otros.
Un fuerte abrazo para ti, para Viviam y para Marta, que junto contigo y otras madres dieron inicio a esta Asociación.
Desde tierras brasileras, las tengo muy presentes y rezo por uds para que sigan caminando y apoyando a tantas madres.
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*Lucila Yaconis tenía 16 años cuando fue asesinada, en 2003, durante un intento de violación, en el barrio porteño de Núñez. Todavía se desconoce la identidad del homicida, aunque los restos genéticos que quedaron en la ropa de la víctima están registrados.
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