7 de octubre de 2010 en la Plaza de Mayo. Elsa Gómez durante un acto para reclamar justicia, con el prendedor de Daniel y el de la Asociación. |
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El 2 de febrero de 2001, el asesino de Daniel -Ramón Olivera- actuó en complicidad con al menos otras dos personas. Todo indica que se trata de sus propios hijos -Roque y David Olivera-, que al cabo de tantos años siguen libres y trabajando como efectivos de la Policía Bonaerense, profesión que heredaron del padre. Es un verdadero escándalo, que supera el episodio concreto en el que mataron a mi hijo. En este contexto, los familiares de la víctima seguimos reclamando justicia. Es cierto que, en su momento, nos sentimos aliviados al saber que Ramón Olivera había recibido cadena perpetua y que, como consecuencia, no podría volver a matar. Pero nunca renunciaremos a la verdad, que es tal cuando se revela completa. Otro dato alarmante para tener en cuenta es que el condenado podría pedir el arresto domiciliario en cualquier momento, porque va a cumplir 70 años. Seguramente buscará esa salida para quedar en libertad, esperamos que la Justicia respete la condena. A continuación los invito a recordar los hechos, con una cobertura de la prensa nacional.
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FUENTE: Lanacion.com.ar
FECHA: 3 de abril de 2001
TÍTULO: Reza todas las mañanas frente a la casa del suboficial acusado de asesinar a su hijo
BAJADA: Con su rara protesta, Elsa Gómez de Sosa quiere que enjuicien a otros acusados
DESARROLLO: LA PLATA.- Hay una cruz dibujada en el asfalto. Los contornos del crucifijo abarcan un nombre: Daniel Sosa. Allí, la madrugada del sábado 3 de febrero último, este hombre fue asesinado con un revólver Taurus calibre 38. Era el arma de un suboficial principal de la policía bonaerense, Ramón Olivera, de 59 años, que vive en la calle San José 2235 de la localidad de Aldo Bonzi. En la misma cuadra de la casa de Olivera, hoy detenido, está la cruz.
Son las 8.30 y, como todas las mañanas, Elsa Gómez de Sosa, madre de la víctima, reza. En silencio.
Cada tanto, dirige su mirada hacia la casa de la familia Olivera. Después de terminar sus oraciones habló con La Nacion: "Hace dos meses que vengo, todos los días, y nunca salen esos delincuentes. Porque son dos los que me mataron a Daniel. Olivera está preso, pero lo ayudó su hijo Roque, que también es policía y anda por la calle, libre, mostrando su placa".
La mujer lleva un rosario blanco colgado del cuello y una bolsa llena de afiches con la foto de su hijo. Hay carteles en las paredes y en los postes de luz. La mujer los pega al mismo ritmo con el que son arrancados.
"No tengo miedo -dice la madre de Sosa-. A veces pienso que es mejor que también me maten a mí." Y mira la cruz en el piso. A pocos metros, sobre el asfalto, cerca de la casa del policía, se lee: "Olivera asesino".
Un tiro y dos acusados
Daniel Sosa era camionero y trabajaba para la empresa Ruta 12. Estaba casado con Beatriz Segovia, de 28 años, y tenía dos hijos: Daniela, de 11, y Javier, de 8.
El 2 de febrero último, Sosa fue al hospital Británico de La Matanza porque se había doblado un tobillo al bajar del camión. Había hablado con su esposa y le había dicho que fuera a buscarlo, porque tal vez tendrían que enyesarlo.
La mujer fue al hospital cerca de la medianoche. En la guardia, le dijeron que su marido se había retirado hacía unos 15 minutos, en su coche. Entonces, llamó a la hermana de Daniel, Amelia, para que se comunicara con Daniel, que llevaba un teléfono celular.
Daniel atendió rápido. Y dijo: "Estoy en la entrada de Bonzi. Decile al flaco (Omar, su hermano) que venga urgente porque hay un hijo de p... que me encerró con una camioneta y me está apuntando con un revólver".
La entrada de Aldo Bonzi está a unos 600 metros del lugar donde murió. A las 12.05 del 3 de febrero, encontraron su cuerpo donde ahora está la cruz. Había una pistola Beretta 6.35, con la recámara y el cargador vacíos, a su lado.
En una confusa declaración, a la que tuvo acceso La Nacion, Ramón Olivera dijo que habían querido robarle la camioneta frente a su casa, que le habían disparado y que él había hecho lo mismo a una sombra que se movía con rapidez.
Pero Sosa estaba lesionado. Y las pruebas dactilares realizadas sobre la Beretta dieron negativas. Además, según el abogado de la familia de la víctima, Gabriel Becker, existen testigos que vieron cómo la escena del crimen fue fraguada, al colocar un arma junto al cuerpo para simular un tiroteo. Esos supuestos testigos afirman que a Olivera lo acompañaba su hijo Roque, pero aún no declararon ante la Justicia, porque temen por su vida, según dijo el letrado.
Ante esta situación, el senador provincial Jorge Martínez presentó un pedido de informes para que el Ministerio de Seguridad investigue si el hijo de Olivera participó en el homicidio y el fraguado de pruebas, que "es de altísima gravedad cuando en hechos de esta naturaleza interviene personal policial".
Elsa Gómez de Sosa protesta: "Ahora, aparte de matarme a Daniel, me lo quieren ensuciar, que era más limpio que el agua. Lo único que quiero es que se haga justicia y que encierren también a Roque Olivera". Todavía indignada, se aleja, lista, con engrudo en la mano para seguir pegando afiches por las calles de Aldo Bonzi.
La mujer ya le perdió el temor a la policía.
¿Una amenaza?
En una pared, frente al 2235 de la calle San José, entre restos de los carteles que pegó Elsa Gómez de Sosa, se alcanza a leer: "Si se meten con mis hermanos, mejor empiecen a cuidar a sus hijos". Acaso una amenaza de los Olivera. La mujer no se atreve a afirmarlo. Es que la señora está convencida de que además del policía Ramón Olivera, participaron en la muerte de su hijo otras personas, incluido Roque, uno de los hijos del uniformado. Aunque el familiar del policía está en libertad y no pesa ninguna imputación en su contra. Los testigos que supuestamente lo vieron tienen miedo de declarar.
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*Daniel -el Negro para sus íntimos- tenía 33 años, era padre de dos hijos y trabajaba como camionero. Hasta que el 2 de febrero de 2001, el policía Ramón Olivera le disparó en Aldo Bonzi, partido bonaerense de La Matanza, a pocas cuadras de la casa de Sosa. El juicio posterior probó que el asesino, lo que quería, era robarle el auto a la víctima.
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