domingo, 9 de enero de 2011

La libertad de Barreda demuestra el poco valor que se le da a la vida de las mujeres

El odontólogo Ricardo Barreda asesinó en 1992 a su
suegra, su esposa y sus dos hijas en La Plata.
La diputada de la Coalición Cívica, Fernanda Gil Lozano, expresó su indignación ante la liberación del odontólogo Ricardo Barreda, quien asesinó en 1992 a su esposa, su suegra y sus dos hijas. “Que deje de cumplir el arresto domiciliario al que fue condenado estos últimos años demuestra el poco valor que el Estado y nuestra sociedad le dan a la vida de las mujeres”, afirmó.  “Vivimos en el mundo del revés mientras procesan a los trabajadores compañeros de Mariano Ferreyra, un asesino serial como Barreda queda en libertad”, agregó la diputada. La diputada Gil Lozano, especialista en temas de género destacó la contradicción entre las cifras en aumento de femicidios en Argentina, casi 300 muertes de mujeres víctimas de la violencia de género por año, y la poca memoria y seriedad con que se toma esta problemática: “¿Alguien recuerda que Barreda mató a cuatro mujeres? ¿Qué valor tienen las vidas de esas mujeres para la Justicia? Una vez más los hechos muestran que poco vale la vida de las mujeres en nuestro país”, finalizó la diputada Gil Lozano. A continuación resproducimos una cobertura periodística de la noticia.
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FUENTE: Eltribuno.com.ar
FECHA: 9 de enero de 2011
SECCIÓN: Policiales
AUTORA: Carmen Petrini
VOLANTA: La Plata / El domingo 15 de noviembre de 1992 ocurrieron los hechos
TÍTULO: Barreda: “Exterminador de sus propias mujeres”
BAJADA: Víctima de los continuos maltratos por parte de las cuatro integrantes de su familia decidió ponerles fin matándolas una por una.
DESARROLLO: Era un domingo 15 de noviembre de 1992. El día pintaba para caluroso, por eso el pulcro odontólogo Ricardo Barreda (56) salió a caminar como de costumbre, temprano, antes de que apretara el calor. Vestido con ropa deportiva cerró el enorme portón de la casona, ubicada en un aristocrático barrio de La Plata, en la que vivía junto a su esposa, su suegra y sus dos hijas.
Gladys McDonald (57), su mujer, estaba atareada en la mudanza que preparaba su hija mayor Cecilia Barreda (26), que, odontóloga como el padre, había conseguido trabajo en el hospital de Morón. El día anterior habían comenzado a embalar unas cajas con ropa y muebles como para vestir el departamento que habitaría desde los próximos días.
Cerca del mediodía regresó Ricardo de su caminata. Cuando entró, encontró a Gladys en la cocina junto a su otra hija, Adriana, de 24 años, abogada. Cecilia seguía en cama “haciendo fiaca” y la abuela, Elena Arreche (86), se encontraba en su habitación leyendo. Como todos los fines de semana, ese domingo sería también insoportable. Por eso decidió buscarse una ocupación. “¿Qué te parece si saco las telarañas del hall y después podo la parra?”, dijo el dentista, tratando de buscar conversación con su esposa. “Andá a limpiar los techos, que los trabajos de ‘conchita’ son los que mejor te quedan”, le respondió ella. La frase, que sonó como un latigazo en su espalda, lo hizo reaccionar: “Conchita no va a limpiar los techos, Conchita se va a podar la parra”, contestó Barreda y salió. Se fue hasta un viejo armario para sacar las tijeras y vio la vieja escopeta Víctor Sarasqueta, calibre 16.70 que le había traído su suegra desde España en 1964, cuando las relaciones eran mejores. La sacó y pensó que había llegado la hora del desagravio de más de 27 años de maltratos. Tomó la caja con los cartuchos, los cargó con destreza y entró a la cocina, donde aún retumbaban las palabras injuriosas de Gladys. Se calzó la escopeta en el hombro, apuntó y le disparó al pecho. Adriana, que estaba al lado, no tuvo tiempo para reaccionar y a renglón seguido recibió dos perdigonadas en su cuerpo. Barreda, antiguo aficionado a la caza, salió al pasillo y allí se encontró con la responsable de todos sus males, según diría después en el juicio, su suegra, Elena Arreche. Y sin mediar palabra la liquidó sin ningún tipo de contemplaciones. Fue en ese momento que apareció bajando las escaleras su hija mayor, alertada por el estruendo de los disparos. “¿Qué hiciste hija de puta?”, le gritó con desprecio, tratándolo como “Conchita”. Barreda le respondió con dos descargas en el tórax. Y cuando Cecilia cayó, la remató.
Había usado nueve cartuchos para recuperar su dignidad. Quiso levantar los cuerpos para montar una escena de robo, pero eran demasiado pesados. Así es que optó por desparramar algunos papeles, objetos pequeños y uno que otro mueble. Después levantó uno por uno los cartuchos usados y los colocó en una caja en el baúl de su Ford Falcon. Luego cerró el portón de la casa y subió a su auto. En el camino tiró la caja con los cartuchos en una boca de tormenta y tras ello se fue hasta Punta Lara y tiró la escopeta a un canal.

Se tomó el día
Luego de deshacerse de las pruebas, se fue al zoológico y visitó el cementerio “para conversar con mis viejos”, diría en el juicio.
A media tarde buscó a su amiga-amante, Hilda Bono, y se fueron a un hotel alojamiento. Allí estuvieron un par de horas. A la medianoche regresó a su casa y encendió las luces. Allí estaban los cuerpos de sus mujeres, las que lo habían maltratado y humillado desde siempre.
Barreda decidió continuar con el plan que había urdido. Llamó a un servicio de ambulancias y a la Policía. A ellos les contó la historia de robo y fingió sorpresa mientras se mantenía tranquilo y seguro.

La confesión
Ricardo Barreda fue trasladado a la Seccional 1ª. Al comisario Angel Petti no le “cerraba” la explicación del odontólogo, pero éste seguía manteniendo su postura. Hasta que Petti puso en sus manos un Código Penal, abierto en la página donde el artículo 34 establece la inimputabilidad. Es decir, donde se indica que no son castigados aquellos que no entienden, por locura u otra causa, lo que hacen. El hombre leyó el texto y entendió de inmediato el mensaje del comisario. Había llegado el momento de decir la verdad. Un rato después llamó a Petti y le contó lo sucedido. El 7 de agosto de 1995 arrancó el juicio y allí reveló cada detalle del cuádruple crimen.

Comenzar una nueva vida tras la prisión
El juicio a Barreda se desarrolló en la Sala I de la Cámara Penal, integrada por Carlos Hortel, Pedro Soria y María Cecilia Rosentock.
El 7 de agosto de 1995 comenzaron las audiencias y él relató de manera descarnada los hechos tal como sucedieron. Nunca se quebró, ni mostró arrepentimiento. “Yo sólo quería tener una familia feliz, pero mi suegra se encargó de denosatarme de manera permanente delante de mi mujer y mis hijas”, dijo Barrera.

¿Era un simulador?
Muchos fueron los peritos que pasaron por el juzgado para dar testimonio. Uno de ellos, Bartolomé Capurro, aseguró al tribunal que el acusado padecía de “psicosis delirante”. Sin embargo si esa teoría hubiese sido aceptada por la Cámara, Barreda hubiese terminado en un manicomio. La opinión pública se dividió en dos: aquellos que lo consideraban loco y los que lo consideraban un simulador. Después de largas jornadas de juicio, el acusado fue condenado a reclusión perpetua por triple homicidio calificado y homicidio simple. De los tres jueces, sólo Rosentock creyó que Barreda estaba desequilibrado. Y en su fallo sostuvo que “era un fanático de la unión familiar que sucumbió cuando la vio desintegrarse”.

Buscando un nuevo hogar
Ricardo Barreda fue condenado a reclusión perpetua y cumplió su sentencia en la Unidad 12 de Gorina, Servicio Penitenciario de la provincia de Buenos Aires.
En 2008, sus abogados solicitaron el beneficio de la reclusión domiciliaria debido a su edad. Para ello su novia, Berta André, una maestra jubilada, se ofreció a cobijarlo en su casa. Berta es la hermana de otro presidiario y es su novia desde hace más de 10 año. Dijo ante la Justicia que ella podría sostener la convivencia con su jubilación.
Fue así que al poco tiempo la Cámara Penal de La Plata le concedió el beneficio y se fueron a vivir en la casa de Berta ubicada en Vidal al 2300, en el barrio de Belgrano.
Mientras Barreda estuvo encarcelado cursó más de la mitad de la carrera de abogacía.
Finalmente, parece que a pesar de la terrible tragedia que carga sobre sus hombros pudo rehacer su vida junto a Berta. La sociedad no castigó a Barreda como hizo con otros criminales. De alguna manera, hubo, de buena parte de la comunidad, una especie de comprensión por el maltrato sufrido por el dentista.
En la cárcel recibió cartas de admiradores e incluso hay temas musicales dedicados a él, como el del grupo Ataque 77.
Estando en la cárcel fue un preso ejemplar, muy querido y respetado por sus compañeros. Además recibió a reconocidos periodistas de la televisión argentina que le realizaron entrevistas, todas “exclusivas”, en donde con su cigarrillo en la mano, contó una y otra vez, los sucesos de aquel domingo de 1992.

La libertad condicional
Ricardo Barreda fue noticia nuevamente la semana que pasó porque sus abogados lograron que la Justicia le otorgue la libertad condicional. A pesar que la medida se tomó el miércoles, el odontólogo todavía espera los informes técnicos que deben llegar al Tribunal para que se haga efectivo el beneficio. Este le fue concedido por la sala de feria de la Cámara de Apelaciones y Garantías de La Plata. Los camaristas Raúl Delbés, Pedro Luis Soria y Sergio Ramón Almeyda resolvieron darle la condicional al odontólogo a pesar de que el abogado defensor del cuádruple homicida, Eduardo Gutiérrez, había solicitado la libertad definitiva, ya que considera que ha cumplido la totalidad de la pena.
La defensa de Barreda adelantó a la prensa que evalúan los pasos a seguir para lograr la libertad definitiva de su cliente.

A la espera
Mientras los informes que requirió la sala de feria llegan al tribunal, Ricardo Barreda continúa con su vida normal junto a su pareja Berta “Pochi” André, en el departamento que la mujer tiene en el barrio de Belgrano y en el que vive desde 2008, cuando se le concedió la prisión domiciliaria. En tanto la enorme casona en la que ocurrieron los crímenes continúa abandonada y en juicio sucesorio y sus paredes son objetos de pintadas a favor y en contra de Barreda. Uno de los grafittis que hizo historia fue el que rezaba: “Aguante Rikki escopeta bang-bang”.

1 comentario:

  1. Es algo que no puedo comprender desde la conciencia social. Desde las leyes "tengo" que entenderlo. Lo explicaron muchas veces por tv y lo entendí. La ley está mal hecha y entonces este asesino que lo único que dijo cuando le preguntaron si se arrepentía fue: " sólo me arrepiento de no haberlo hecho antes.", tiene el derecho de salir en libertad.

    Pero todos sabemos que las leyes sacan a los asesinos y criminalizan a las protestas sociales por trabajo digno.

    Todo está mal.

    Mis respetos a uds. y todo mi apoyo a su asociación.

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